¡Saludos! Comenzamos el nuevo año con mucha energía. Para iniciar, continuamos con esta exploración de la realidad artística nacional, analizando los orígenes de esta paradoja cultural, en un país que afirma sentir y amar la cultura –lo cual se cumple en parte- pero que a su vez la ignora, desalienta y desacredita.
Señalaba, en la entrega anterior de esta columna, que la raíz primigenia de esta paradoja se extendía a los orígenes mismos del nacimiento de la nación costarricense, como un producto derivado del proceso de creación de la identidad nacional; proceso en el cual no se le dio valor real a la riqueza cultural de lo autóctono, sino que de manera selectiva se fortalecieron aquellos aspectos que concordaban con actitudes europeizantes.
Continuando con esta descripción y análisis de nuestra paradoja, les recuerdo que dimos por sentado que muchas personas gustan del arte sí, no obstante el arte o está en la base de las necesidades humanas (Maslow) sino más bien esta bastante arriba.
Lo anterior es descubrir el agua tibia, es obvio que nadie va a comprar obras artísticas cuando no tiene con qué llenar su estómago.
Indirectamente, la necesidad de mejorar la calidad de vida produce que muchas familias desestimulen a los jóvenes que desean llevar una carrera relacionada al arte, y más directamente aún, inclusive los alejan del todo del estudio, condenándolos a seguir el círculo vicioso del subempleo.
Por otra parte, el mismo sistema educativo costarricense provee pocos incentivos en general, y más aún en relación a las artes. Si bien es cierto que el currículo muestra la presencia de clases de Música y/o Artes Plásticas, éstas suelen ser poco aprovechadas, carentes de recursos y de tiempo muy limitado. Y tampoco es extraño que el docente a cargo sea una persona con poca o ninguna vocación para la docencia o el arte.
Por tanto, es natural que el estudiante promedio encuentre inútiles dichas lecciones y aburridas, y que por ello, las aproveche para estudiar otra materia o terminar una tarea –en el mejor de los casos- o simplemente no asista del todo a ellas.
De esta manera, el colegial se gradúa tras 5 años de estudio (mas o menos, unas 200 lecciones mínimo) sin saber tocar una nota musical o dibujar un croquis. Más grave aún, el joven desconoce de la historia de los grandes pintores, escultores, músicos, etc. y carece de las habilidades para apreciar y disfrutar de obras artísticas con plenitud; por lo que considere innecesarias las lecciones relacionadas al arte.
Y no es de extrañar, entonces, que el joven herede este reforzamiento negativo a sus hijos cuando llegue a formar una familia. Todo es parte de la gran paradoja cultural costarricense.
¿Qué conclusiones obtenemos?
Podemos hallar razones históricas, económicas, sociales y hasta políticas (que las hay, pero que no tocaremos por ahora) para la ausencia de una actitud de aprecio y apoyo consecuente de las manifestaciones artísticas en la idiosincrasia costarricense. Realizar un cambio de dirección requerirá de un gran esfuerzo de la sociedad, e importante inversión económica.
O en su defecto, una crisis económica que estimule la producción de un entretenimiento barato, como fue el caso del cómic en los Estados Unidos y del manga en Japón (tema futuro de análisis de esta columna).
Sin embargo, la situación de nuestro medio, propiamente hablando del cómic y manga tico, no es tan deprimente como pinta. En la siguiente edición de esta columna exploraremos las condiciones pasadas y presentes de nuestros autores, para señalar en qué dirección deberían moverse para desarrollar el mercado nacional.
Hasta entonces. ¡Nos leémos!