Bienvenidos a la segunda entrega de esta columna. “Conoce tu medio” es una sección dedicada a los artistas costarricenses en general, y específicamente a nuestros historietistas de manga y cómic. La intención de estos artículos es explicar, de manera lógica, argumentada y documentada (en lo posible) las singularidades de nuestra realidad artística nacional.
¿POR QUÉ? Simplemente, porque desde mi perspectiva no basta con saber que carecemos de un mercado desarrollado, hay que entender las razones de su inexistencia y trabajar por crearlo. Doy por sentado, entonces, que el lector comprende la importancia de lo primero para lograr esto último.
Señalaba en la anterior entrega que a la mayor parte de la gente le gusta el arte, pero a pesar de ello, es significativamente menor la cantidad de personas que lo apoyan activamente.
A dicha conducta es lo que llamo, “la paradoja cultural costarricense”. Si es una cultura, o más bien una acultura, esta por definirse. Lo que vamos a tratar de dilucidad es porqué, mientras en otras sociedades y latitudes se valora el arte narrativo gráfico (llámese manga o cómic) en Costa Rica se le ignora totalmente; una conducta que, a su vez, se extiende hacia otras ramas del arte.
La creación de una Nación mediante la negación de lo autóctono.
Costa Rica llega a la vida independiente de manera sorpresiva. Cuando los padres de la patria comienzan a introducir en el subconsciente del pueblo el concepto de “Nación”, básicamente tienen que empezar de cero. Sin experiencia, pero llenos de decisión, comienzan a forjar el sentir nacionalista en un pueblo acostumbrado a ser una colonia española.
Para lograrlo, consciente o inconscientemente (más cercano a lo primero en mi opinión) comenzaron a copiar moldes extranjeros, y un claro ejemplo de ello lo tenemos en nuestra bandera nacional, la cual como cualquier niño de escuela sabe, fue inspirada en la bandera francesa.
Del mismo modo, nuestra idiosincrasia fue refinándose, resaltando algunos valores propios, pero con la mirada puesta “hacia fuera”, a lo que se estilaba en otras naciones, a lo extranjero como un ideal a alcanzar. No es extraño, entonces, que lo autóctono se viera indirectamente como algo inferior, desechable, sin valor.
¿Le resultan familiares estos conceptos? Posiblemente sí, ya que aún HOY se aferran fuertemente en nuestro subconsciente.
Los ticos invisibilizamos inconscientemente los logros de nuestros compatriotas, pero los fracasos los guardamos frescos en la memoria. Aún así, soñamos con volar alto y alcanzar grandes metas, no obstante, nos reprimimos a la vez y nos acomplejamos de intentarlo.
Todo es parte de la gran paradoja cultural costarricense, y en la siguiente entrega veremos cómo esta se extiende aún más en nuestra realidad, reforzándose continuamente por nuestro sistema educativo y en el mismo seno de nuestras familias.
Hasta entonces. ¡Nos leémos!